Nuestro punto de vista urbano no nos impide (o no debería), relacionarnos con todo aquello que nos une a los orígenes ancestrales, por lo cual la cultura, concepto siempre en contínuo movimiento, se une a la tierra, el sol, la luna, la flora, la fauna, los ríos, las creencias, los amores, en fin, todo aquello que nos forma, nos deforma y nos hace vitales como acepción de lo sensible.
Y allí intervienen las formas, los colores, las direcciones compositivas, los quebrantos y los espacios, en definitiva: el arte.
Ese lenguaje no puede ser sino observar la universalidad desde nuestro rico, inconmensurable y doloroso Sur. Ojalá.
Jorge González Ruiz