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Trazos en el tiempo

Ana Godel

Del 09 de Noviembre al 09 de Diciembre de 2012 - Inaugura: 19hs  - Entrada: libre y gratuita

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Desde hace muchos años, me apasiona la abstracción geométrica: el cubismo de  Braque, de Picasso; Malevitch, Mondrian, Herbin, Bill y tantos otros…
La lista es demasiado larga.

 

Debido a esta  causa, el trabajo  de Ana Godel podría  resultarme muy lejano. Sin embargo, no lo es para nada. Sigo su recorrido desde más  de veinticinco años, el recuerdo del primer encuentro en París es fragmentado e impreciso, y a pesar de ello, se mantiene siempre la magia de su poesía. Sin duda alguna, los dibujos de los años 1973-1976, me atrajeron por su rigor, los volúmenes geométricos representados, el dominio técnico que manejaba hábilmente el claroscuro, las veladuras del gris, del negro, los juegos de luz que se encuentran en la serie siguiente de telas retorcidas y apretadas  (“Preguntas” – 1977,   “Resistencia”  - 1978).

 

El despojamiento del decorado, del tema mismo, el manejo perfecto del lápiz o del pastel, me impresionaron, lo recuerdo. Y ahora, mirando sus obras escalonadas a lo largo de casi cuarenta años, me asalta una extraña impresión de familiaridad, pero también de descubrimiento: los detalles me revelan la complejidad de un pensamiento plástico  que yo no había llegado  a formular… Pero ¿lograría hoy hacerlo mejor?

 

Un primer error, creo,  sería subestimar la atención que  Ana Godel  presta a las pequeñas cosas que  nos  rodean, tanto como al universo que nos engloba. Su mirada, dirigida a las plantas, a los cuerpos geométricos, a las telas  anudadas, podría mostrarnos una suerte  de surrealismo que se prolon- garía hasta, por ejemplo,  “Tiempo Circular” - 1985. Pero no: las yuxtaposiciones, las coincidencias no tienen la extrañeza de las obras de Magritte, de Dalí o de Ernst, ni sus  referen- cias obsesionadas. Y si bien no se insertan  en lo cotidiano, tampoco destilan  un malestar solapado, ni angustia alguna, sino simplemente la sorpresa que  produce toda coincidencia. 

 

Con todo, la atmósfera no es completamente serena: la perspectiva, la luz, o los objetos  mismos, crean  una cierta distancia, introducen   una  melancolía  ilustrada  claramente por “Las noticias del día” - 1982 – con una directa alusión a la situación  internacional,  “Un muro de preguntas” – 1996 – aquí las alusiones políticas  son  aún  más  explícitas – o “La soledad del pianista” - 1997. Una suerte  de pesimismo nos invade  ante  la indiferencia  humana…  Quizás  no estamos tan lejos de  la atmósfera del tango,  de  la milonga,  de  ese sentimiento  discreto  de melancolía,  de tristeza, de dignidad silenciosa ante el espectáculo del mundo y de nuestros congéneres… Jorge  Luis Borges,  Ricardo  Güiraldes,  Ernesto Sábato, Adolfo Bioy Casares, y muchos otros, han traducido admirablemente, o simplemente, evocado, esta  actitud  de palabras no dichas.

 

Hacia 1996-2000, los temas cambian, se vuelven más hacia el mundo exterior y a la mujer en la naturaleza, fuente de toda fecundación, de toda  prosperidad. De todos  modos, las piedras, los paisajes desérticos, no nos proponen el paraíso: nada de  vegetación lujuriosa, ninguna flor, un cielo duro,  aplastante, casi metálico.

En  “La tierra impetuosa” – 2003,  una  simple  ruptura/yuxtaposición de planos en la composición, bastan para  perforar el espacio, para hacernos soñar, más allá de este universo mineral, con un aliento casi suspendido…

 

En 2011,  Ana Godel  realizó una estadía de un mes, en la Fundación Valparaíso, en Mojácar, al noroeste de Andalucía. Lugar  de serenidad, de reflexión, de creación, en un ambiente muy acogedor, sin preocupaciones.
He aquí las tintas que fueron ejecutadas allá, en España: en ellas, aparece el paisaje típico de ese  lugar: colinas  grises, la tierra a menudo desnuda, la vida difícil (¡excepto  para  el turismo!).  Esperaríamos una  España deslumbrante de  colores, de flores, de músicas… Yo veo seriedad, meditación, quizá una leve aprensión delante de la hoja blanca, la tinta negra, la inspiración que es a veces caprichosa. Ninguna desazón, pero sí un deseo: capturar  el ambiente, el perfume de las cosas, más allá de la primera impresión; reencontrar la savia, la energía  de la naturaleza.

 

Y no es por azar, si en una de esas tintas, una pareja,  abajo, a la izquierda,  se  funde  con  el paisaje, se  mezcla  con  los árboles, con la tierra resquebrajada, con la noche  que des- ciende  inexorablemente, con  las  sombras que  ya se  alargan…

Sin embargo, el recorrido de las obras de Ana Godel no resulta en absoluto trágico  – los temas no son  grandilocuen- tes, los formatos  se vuelven voluntariamente intimistas, hay riqueza en los colores,  la inspiración  es variada  y muy poé- tica, sin ensombrecerse en el pathos, la afectación o la rei- vindicación…

Simplemente, nos habla una artista que observa, medita, sueña sobre nuestra presencia en la tierra, sobre la mirada que proyectamos hacia aquello que, humilde o grandioso, gira a nuestro alrededor; hacia el gran movimiento de la naturaleza, que nos considera con indiferencia.  Lejos de toda concesión, al buen gusto, a lo agradable, a lo maravilloso, Ana Godel, con una profunda sensibilidad y una bella inteligencia, nos murmura  al oído que, hágase lo que se haga, con o sin nosotros, el mundo no dejará de vivir y de respirar…

 

Bernard Fauchille, ex-director del Musée  de Monbéliard, Francia Septiembre 2012.
 

ARTISTAS PARTICIPANTES

  

Ana Godel

 
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