Cuando uno/a tiene la maravillosa oportunidad de enfrentase a una pintura de Tatiana, tiene que saber de antemano que la experiencia estará cargada de desafíos; vibrante a la manera de un viaje, en el que uno/a se propone a explorar, a (des)conocerse, a (des)conectarse, y que seguramente luego de esta Odisea estética, no seremos los que éramos. El primer desafío que nos proponen sus pinturas es evidentemente el color.
El color adquiere una complejidad irreductible cuando intersecta –tan a menudo- tonos tan vibrantes como diferentes que empiezan a crear las marcas de un universo con significado propio, generando un para sí que nos sumerge en la necesidad imperiosa de comprender las huellas de ese mundo. La policromía nos sacude, nos provoca y nos empuja a abandonar las nociones clásicas de relación color y forma para brindarnos otros modos de representar pero también de sentir aquello de lo real que hay puesto en sus pinturas.
El signo que marca el campo de lo figurativo está siempre en la representación de lo humano. Seguramente la marca estilística más notable sean los ojos, que las veces ostentan el dolor o la alegría con la misma profunda expresividad, logrando poner a quien observa ante la certeza de que esas miradas reflejan invariablemente aspectos fundamentales a la condición humana.
Finalmente, Tatiana es excepcional en conjugar su arte en la pintura, la arquitectura o el diseño, trabajando incansablemente con la misma alegría, compartiendo generosamente sus ideas, sus obras y su mundo; desestabilizando a pura praxis las líneas disciplinares que separan el arte de la técnica y demostrando que el arte es una forma de estar en el mundo.
Angélica Carrizo Bonetto (Politóloga)