La informe poética de la materia
“Simboliza tanto el peligro como el poder”
Mary Douglas, 1966
El epígrafe que abre este texto proviene de una cita más larga en la que la autora, Mary Douglas, antropóloga británica especializada en el análisis de los modos de clasificación occidentales, se pregunta por las posibilidades y los límites de dos conceptos contrapuestos que, en mayor o menor medida, rigen nuestro cotidiano: las ideas del orden y el desorden. Douglas –antropóloga predilecta del conceptualista Joseph Kosuth– señala que el orden siempre implica algún tipo de restricción: de todos los materiales posibles, se hizo una selección limitada y de todas las relaciones posibles se utilizó un conjunto restringido. Sin embargo, el desorden es siempre por defecto ilimitado: no se ha realizado ningún patrón o recorte en él y su potencial para modelar lo existente es indefinido. Lo más curioso –sigue la investigación– es que aunque como seres humanos estamos todo el tiempo buscando crear orden, pasamos nuestra existencia entregados al devenir ilimitado del desorden. El desorden, lo informe, lo que no tiene molde se reconoce así como elemento destructivo para los patrones existentes al mismo tiempo que alberga una absoluta potencialidad.
El estado de latencia de lo factible es una condición de posibilidad del arte y una característica que éste comparte con la Naturaleza. A lo largo del siglo XX el arte fue paulatinamente abandonando su estatuto de “creador de formas” para ocuparse de aquello que por orgánico, por procesual, por implicar métodos y procedimientos que operan transformaciones en la materia, o por abrazar la nada y la destrucción, señala lo caprichoso y efímero de la Cultura. En Refugios del tiempo, Lucia Pellegrini, Luciano Giménez, Pablo Butteri y Guillermo Marzullo, nos encontramos con las obras de cuatro artistas que eligieron procedimientos poéticos fuertemente atravesados por la experiencia constructiva latente en la naturaleza. Se apropiaron de la ausencia de límite para construir dando lugar a lo informe como valor estético –incluso en aquellas piezas en las que lo conceptual aparece en mayor grado como en las “casas” deconstruídas de Marzullo–.
Será tal vez por eso, que en la mayoría de las piezas se ofrece una generosa transparencia de los procesos constructivos. La lucidez de los procedimientos elegidos, en reemplazo de las formas fijas y opacas, hace foco justamente en lo que puede estar cambiando, en una relación todavía viva entre lo que vemos y su núcleo de origen todavía informe –como la Naturaleza, como la Metáfora–.
Así es que vemos la superposición de líneas de lapicera, una después de la otra de Lucia Pellegrini: el desarrollo orgánico de un pliegue guiando al siguiente, mímesis del correr del agua; o los módulos de gres esmaltada que dejan a la vista su desarrollo como piezas finales: delgadas tiras de arcilla, el entramado, trenzado, modelado, la presión de las manos, antes de que sean un todo cerámico transmutado para siempre por el fuego, como sucede en las piezas de Luciano Giménez (en las que algunas formas más figurativas, apenas esbozadas, parecen estar pidiendo salir a la superficie); de la pintura a la escultura como si de un mismo medio se tratara, Pablo Butteri, parece ser el más propenso a mostrar-ocultando: en sus obras algo se esconde –pero se percibe ominoso–, ya sea en lo intrincado de la pintura que traza una textura de ramas, cuerdas y alambres o por lo que habita encerrado en los huecos de las figuras de resina negra; por último, la idea del hábitat humano es deconstruida, parte por parte, en las piezas de Guillermo Marzullo que recorre estos conceptos tan necesarios por los humanos de todos los tiempos: la casa, lo contrario a la intemperie; la mesa, el lugar de trabajo. Al separar la estructura, por un lado, y las partes, los ladrillos de barro cocido, por el otro logra llevar estas ideas a sus elementos elementales como un lenguaje que puede ser hablado por todos.
En este rehusarse a utilizar signos perfectamente definidos, figuraciones narrativas o un alfabeto de imágenes con anclaje referencial en lo real, estos cuatro artistas nos hacen mirar y reflexionar en dirección a lo que suele pasar desapercibido: la ausencia de forma del mundo –tal como lo conocemos, lleno de ideas, de reglas, de formas de afectarnos entre nosotros más o menos fijas– implicando su inutilidad intrínseca así como la inutilidad irremediable de nuestro pensamiento al respecto. Y cuando el razonamiento ya no sirve, cuando es empujado a cruzar sus límites, estamos en el reino de la poesía y la metáfora, allí donde nace lo artístico.
Lic. Mariana Rodríguez Iglesias
Septiembre 2017