dibujo & pintura. Cómo se armó el taller en la virtualidad
Este es un libro que reúne una pequeña selección del trabajo realizado en el taller virtual de dibujo y pintura que dirigí en los años 2020 y 2021.
Quien recorra sus páginas notará inmediatamente la heterogeneidad de las estéticas, la calidad de las pinturas y los dibujos, y el claro sesgo personal de cada uno de los artistas que participan. Esto es así por el enorme esfuerzo realizado por cada uno para ir más allá de sus propios límites, para ir más allá de lo conocido, por animarse a entender la obra de grandes artistas y por una clara voluntad de trabajo.
La práctica de la pintura y el dibujo se enseñó, por lo que se sabe, más o menos de la misma manera en distintas épocas: había un canon a seguir y determinados pasos para alcanzarlo. Ese canon es lo que se llama una estética, es decir, aquello que en una época y en un lugar se consideraba bueno y bello. En todas las tradiciones, los artistas importantes fueron más allá de ese canon. O sea, en cada lugar y época se enseñaba lo que se consideraba bueno: la manera de ubicar una figura en el espacio es esta, la buena manera de armar una figura es aquella otra, las combinaciones de colores aceptadas son estas, etc. Claro está: cada canon era distinto. Quedan vestigios arqueológicos de talleres en Egipto Antiguo y en la Grecia Clásica; la copia y la repetición del modelo gobernaban la enseñanza. También, los antiguos manuales chinos y en las distintas academias europeas se enseñó así.
Hoy, desde mi punto de vista, es imposible aprender y enseñar así porque ya no hay cánones, ni estéticas dominantes. Por ejemplo, en una muestra colectiva de pintura quizás se puedan apreciar siete u ocho estéticas muy distintas. Pero esto no es lo único, no solamente múltiples estéticas, que suponen modos de entender y ver el mundo, sino también que nuestra cultura, nuestra civilización está cambiando a un ritmo vertiginoso por lo que no tenemos mucha idea de cómo será el mundo dentro de 30 años. Frente a estas situaciones, creo que una manera honesta de enseñar pintura y dibujo es centrarse en entender y aprehender los elementos básicos comunes a todo lugar y tiempo.
Habitualmente, antes de la pandemia, las clases de pintura transcurrían en mi taller o en el de la Asociación de Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes (AAMBA), de la siguiente manera: les proponía a los alumnos una serie de ejercicios de color y de forma, y una vez que los dominaban, empezaban a desarrollar una pintura propia y personal.
En la clase de dibujo el trabajo se centra en la observación del natural, muchas veces con modelo vivo. La persona que se inicia en el dibujo por lo general lo hace de memoria, es decir que su trazo es más producto de la memoria que de la observación. El trabajo con modelo vivo tiene la doble ventaja de conectarnos con una tradición que se remonta al origen de las civilizaciones, y por otro lado, nos exige mirar algo a lo que nuestro ojo está demasiado acostumbrado: el cuerpo humano.
Ocupa un lugar importante en la clase de dibujo entender los distintos elementos que lo componen: líneas, trazos, tramas, y aprender a usar la diversidad enorme de materiales. Este trabajo de taller, que siempre realicé de modo presencial, de pronto se interrumpió y hubo que pensar en otras maneras de enseñar y aprender.
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El 20 de marzo de 2020 se podía adivinar, por la luz y la temperatura, la llegada del otoño. El sol se ubicaba más al norte, los días se acortaban, y se podía prescindir de aires acondicionados y ventiladores.
Ese día el gobierno argentino decretó la cuarentena obligatoria; un virus desconocido hasta el momento amenazaba al planeta y al país. La cuarentena implicaba la imposibilidad de transitar y de realizar reuniones. Se suspendieron las clases, se paralizó el país. Era el último día del verano.
El sábado 21 de marzo comenzamos las clases del taller en una plataforma virtual. El lunes 23 ya éramos 16 los participantes de la clase. A la distancia, asombra la rapidez con la que nos organizamos. Pero es que las noticias eran claras: el despliegue del COVID 19 en Europa y en China, la rapidez de los contagios, y la reacción de los distintos países, hicieron prever que en nuestro país las cosas no serían muy distintas.
Unos días antes, el 15 de marzo, con algunos integrantes del taller habíamos comenzado a pensar alternativas para organizarnos, en caso de que se suspendieran las actividades presenciales. Se probaron varias plataformas disponibles, y se eligió una cuando se decretó la cuarentena. Marcela Bacher, integrante del taller, se hizo cargo del manejo tecnológico general y la organización práctica de las clases virtuales. En esta tarea fue eficazmente secundada por Tamara Bass y María Mattaldi.
En marzo del 2020 coordinaba tres talleres: dos se desarrollaban los lunes y miércoles a la noche en mi estudio y un tercero los sábados a la mañana en la AAMBA.
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El contexto de pandemia y de aislamiento extremo mostró rápidamente que se requería otra dinámica, que la enseñanza virtual no podía ser equivalente a la presencial. En ese momento, para mí eran una incógnita las reales posibilidades de enseñanza con esa modalidad. Tenía muchas dudas sobre cómo iba a enseñar. Se volvía imposible el intercambio cara a cara con los alumnos, así también los comentarios, los señalamientos inmediatos y mostrar el uso de materiales o herramientas de manera directa. Para compensar estas limitaciones, creí importante aumentar las oportunidades de participación de los alumnos. Unifiqué los grupos, de forma que todos pudieran participar de 9 horas de clase en vez de las 3 habituales. Si bien de manera general los sábados veíamos los trabajos de los participantes del taller del sábado, los lunes los de los participantes de los lunes y así mismo los de los miércoles, todos podían asistir a los encuentros por zoom de los otros grupos, observando, escuchando las devoluciones y eventualmente haciendo comentarios y preguntas. De esta manera, si bien yo seguía coordinando tres grupos semanales, todos los alumnos podían participar de 9 horas de clases semanales. En aquel momento, en el que parecía que el mundo se había detenido, donde horarios y rutinas estaban cambiados, el taller resultó para muchos, y para mí también, un anclaje de mínimo orden en un tiempo caótico e incierto.
El trabajo en el taller también cambió. En los encuentros presenciales prepandemia era habitual que cada uno se concentrara en su propia obra, y yo recorriera el salón dedicándome a señalamientos personales o comentarios generales cuando era pertinente. Cada tanto dedicábamos una clase a lo que llamábamos Ver Obras. En esa oportunidad, mirábamos en detalle la producción de todos los participantes e intercambiábamos comentarios. Aprender a mirar siempre fue una parte importante de la enseñanza y del aprendizaje en el taller. En la virtualidad, esta actividad se convirtió en su eje central.
Con los tres grupos unificados, se armó un chat que denominamos Solo Obras donde todos subían las fotografías de los trabajos en curso. Los grupos eran heterogéneos, convivían alumnos más avanzados con principiantes. Pronto descubrimos las posibilidades que nos ofrecía el uso de la plataforma virtual; podíamos ver detalles ampliados de los trabajos, recortar distintas partes y observarlos parcialmente; podíamos intervenir las fotos de los trabajos con líneas o colores, lo cual contribuía al aprendizaje de los alumnos de maneras que no habíamos imaginado. Se armaron carpetas digitales con la producción de cada uno de los participantes, lo que permitía recuperar el proceso de trabajo de cada alumno en el momento en que se necesitara. También podíamos, en tiempo real, en el transcurso de la clase, decidir mirar obras de grandes artistas que dialogaban con algún emergente que surgía en el taller. Recuerdo un encuentro donde se discutió sobre cómo pintar un cielo y pudimos mirar en el momento obras de Pedro Figari, entre otros, para ver cómo estaba resuelto. En otra ocasión, hablábamos sobre el uso de los distintos blancos, y alguien recordó una pintura de Sorolla, que pudimos localizar y ver inmediatamente. Esto sucedía en todas las clases y, sin dudas, amplió y enriqueció el aprendizaje.
Además del grupo Solo Obras, se utilizó un chat general llamado Taller Permanente, al cual los alumnos subían obras asociadas a lo visto en clase.
En el mes de abril de 2020, organizamos la primera clase virtual de Historia del Arte, y estos encuentros se mantuvieron con cierta periodicidad.
No tengo demasiado claro cómo operaron los distintos elementos, pero la suma de un horario de clase extendido, la mayor disponibilidad de cada uno para pintar y dibujar en sus casas y la posibilidad de participar de la observación y crítica de las propias obras y de las producciones de alrededor de 30 compañeros en distintos momentos de su aprendizaje, contribuyeron al enorme crecimiento y desarrollo de todos los integrantes del taller.
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Quizás por el temor a que me sacara tiempo para pintar, o por el hecho de que me las arreglaba para vivir de la venta de mis pinturas, no había pensado nunca en dar clase.
En 1998, Susana Smulevici de la Asociación de Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes, me convocó para dar clase. Era los sábados a la mañana (momento en que no pintaba), y el pago era atractivo.
Me di cuenta que tenía facilidad para enseñar; cuando uno pinta y dibuja a diario, va acumulando naturalmente una enorme cantidad de conocimiento sobre este hacer. Enseñar me dio la posibilidad de usar ese conocimiento que de otra manera no hubiera tenido destino.
En el taller de mi maestro Carlos Gorriarena había un cartel que decía: “Un conocimiento no trasmitido se transforma en resentimiento”. La frase es de Gaston Bachelard. Quizás otra manera de decir lo mismo sería “Del agua estancada no esperes sino veneno”, frase de William Blake de Matrimonio del Cielo y el Infierno.
Siempre me había gustado la idea presente en el prólogo del libro de Eugen Herrigel Zen en el arte del tiro con arco, de que en Oriente cuando alguien es bueno en lo que hace se espera naturalmente que lo enseñe.
Tuve la suerte de nacer en una casa de artistas y también fue mi destino tener dos excelentes maestros y grandes artistas: Ernesto Pesce y Carlos Gorriarena. Sobre ellos escribí hace 20 años: “Cuando en un trabajo mío se encuentra un color bien ajustado, una forma con gracia, ahí están ellos. Donde hay dudas, confusión, errores, estoy yo”.
Quizás por eso, cuando leí por primera vez en el Talmud que Rabi Janina decía: “Aprendí mucho de mis maestros, mas de mis condiscípulos y de mis alumnos aprendí más que todos”, mi natural escepticismo argentino me hizo pensar: “Esto lo declaró delante de sus alumnos”. A la distancia, veo nítidamente lo errado que estaba. Este hecho que ya había empezado a sospechar tiempo atrás, durante el confinamiento y la clase virtual se me hizo evidente: aprendí a ver mejor, a que cuando se quiere trasmitir algo hay que revisar y volver a entenderlo, que lo que se enseña y lo que se hace debe ser lo mismo, aprendí del esfuerzo, del dinamismo y de la sensación de cambio, para cada situación, para cada alumno y para uno. El eternamente fluyente río de Heráclito. Cosas que uno creía haber entendido y practicado, al tratar de enseñarlas requerían mayor profundidad.
Entonces es justo decir que he aprendido más de mis alumnos que de nadie.
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Este es un libro que recoge una pequeña parte del trabajo realizado en el taller virtual que dirigí durante el confinamiento y cuarentena por la pandemia del COVID 19.
Esta tarea hubiera sido imposible sin la capacidad de trabajo, de organización, planeamiento y ejecución de mi amiga Marcela Bacher. Sin ella, este taller no hubiera existido. Mi natural vagancia e indolencia me hubieran llevado a quedarme con la idea puramente mental de hacer un taller virtual. Y ahí hubiera quedado: en el planeta de las ideas posibles y no realizadas. Sin su enorme energía y capacidad de trabajo no hubiera sido posible.
En el taller siempre encontramos razones para festejos y brindis; uno de los brindis del taller es por aquella primera persona que dibujó en Altamira y que su conocimiento se trasmitió hasta nuestros días a través de una cadena de generaciones. Siento que de un modo inesperado y eficaz, en un medio completamente nuevo, el virtual, seguimos agregando un eslabón más a aquella cadena.