Núcleos temáticos
I. Modernidad cosmopolita
A principios del siglo XX, en el contexto de la renovación de las academias de arte, los artistas mexicanos –al igual que los de otros países de Latinoamérica– comenzaron a viajar y a generar diálogos y vínculos con Europa, con sus intelectuales y artistas, y con las propuestas de las vanguardias.
La ciudad de México, repleta de avances técnicos, se transformó en una urbe vertiginosa, que propició que el imaginario creativo en la literatura, las artes plásticas, la fotografía y el cine estuviera inspirado en la tecnología. De la misma manera, en este contexto, un importante número de mujeres se vieron envueltas en el remolino cultural y se destacaron como creadoras, promotoras independientes en la escena cultural, artística y social.
Esta sección presenta ejemplos del simbolismo finisecular, seguidos de otros relacionados con la configuración del modernismo cosmopolita mexicano, dentro del cual sobresale uno de los movimientos más activos, antiinstitucionales y plurales: el estridentismo, planteado como “vanguardia actualista” que se inspiraba en el futurismo y en la vanagloria de la urbe y que, con un manifiesto publicado en 1921, hacía un llamamiento a “crear y no copiar” modelos ajenos.
II. Revolución social
Para algunos de los actores que participaron en la Revolución de México (1910-1920), ésta significó una ocasión para replantear las políticas de un país que salía de una contienda armada. Para el sector artístico y educativo fue una oportunidad para aplicar nuevas teorías, promover las vanguardias y refrescar políticas anquilosadas tanto en lo cultural como en lo social.
La vida del México moderno estuvo marcada por la Revolución de 1910-1921, la primera del siglo XX a nivel mundial, donde se gestó uno de los grandes movimientos sociales de éste. Algunos de sus logros fueron el reconocimiento de garantías sociales, los derechos laborales colectivos y una revalorización de las raíces indígenas, en la cual brotó el inconsciente olvidado de la raza a partir del conocimiento de la propia historia mexicana.
Con Álvaro Obregón como presidente electo en 1920, México –devastado por la lucha armada– comenzó una época de reformas e institucionalización que se extendió, con sus distintos sucesores, hasta alrededor de 1940. Las reivindicaciones sociales influyeron fuertemente en la estrategia política educativa y cultural-artística de su secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, a partir de 1921, en un accionar donde se promovió la búsqueda de una identidad cultural mexicana.
La pintura mural del país adquirió trascendencia y calidad universal, gracias al entusiasmo de Vasconcelos, quien impulsó un arte monumental que, en principio, contribuiría a difundir la historia y cultura de México, realizado en los muros públicos de los edificios de la nación a por pintores mexicanos y extranjeros como Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Roberto Montenegro, Xavier Guerrero, Jean Charlot (francés), Carlos Mérida (guatemalteco) e Isamu Noguchi (japonés), entre otros.
III. Cultura popular
A partir de 1921, con el objetivo de promover y desarrollar una verdadera educación artística del pueblo (a nivel federal), José Vasconcelos aceptó el plan sistemático de arte mexicano de inspiración popular, a modo de integración racial, presentado por el artista Adolfo Best Maugard, con un método de enseñanza primaria basado en el estudio de los motivos decorativos de los objetos populares precolombinos y contemporáneos como un arte genuinamente mexicano. A partir de 1924, Best Maugard fue sustituido en el cargo por el pintor Manuel Rodríguez Lozano, quien difirió del método, al tener un acercamiento más sensible al arte precolombino y folklórico y al sumar la inspiración de los exvotos religiosos, alejada de la imagen fotográfica y, por su libre composición, más simple, allegada a una pintura naïve.
En esta sala se ven ejemplos relacionados con la búsqueda identitaria a través de elementos populares, relativos al indigenismo, que responde a la idea de todo un país moderno y no solo pertinente a su capital. En estas obras se observa la manera en que las raíces aborígenes impregnaban las festividades populares y el sincretismo religioso, que mixturaba los rituales paganos con los católicos: los carnavales, el culto a la muerte, las danzas, el folklore, las máscaras y los trajes típicos de los diferentes pueblos como símbolo mexicano.
IV. Experiencias surrealistas
El surrealismo –palabra que significa “más allá de la realidad”– fue un movimiento literario y plástico que proponía revolucionar la experiencia humana, al rechazar la visión racional en pos de expresar el funcionamiento auténtico y automático del inconsciente (incluidos los sueños), fuera de toda preocupación estética o moral. Comenzó en París en 1924, con la publicación del Primer manifiesto surrealista, escrito por André Breton, y adquirió un carácter internacional con fuertes repercusiones fuera de las fronteras francesas.
Pero la situación en México era muy diferente de la de otros países, ya que este tipo de pensamiento auténtico y desprejuiciado existía desde épocas ancestrales. Las raíces y tradiciones del mundo prehispánico –repletas de elementos míticos y totémicos, animales y frutos fantásticos, imponentes arquitecturas simbólicas regidas por diferentes cosmogonías–, sumadas a las tradiciones religiosas virreinales, se fundían en festividades, retablos, exvotos, altares y una vasta iconografía popular. Estos elementos, unidos al simbolismo de principios de siglo, aparecieron potenciados en los años 30 en las experiencias con el surrealismo de artistas como Agustín Lazo, Frida Kahlo o María Izquierdo, entre otros.
Llegaron a México célebres representantes del surrealismo europeo, como Antonin Artaud, en 1936, para experimentar en carne viva el espíritu mágico del arte indígena, en búsqueda de los orígenes de la humanidad en el territorio de los tarahumara; y André Breton, en 1938, quien afirmó: “No intentes entender a México desde la razón, tendrás más suerte desde lo absurdo, México es el país más surrealista del mundo”. Poco después, arribaría para quedarse un grupo de artistas e intelectuales huidos de Europa por la guerra, como Remedios Varo y Benjamin Péret, Leonora Carrington, Wolfgang Paalen y Alice Rahon, José y Kati Horna, entre otros, quienes descubrieron un país surreal y delirante, donde incitaron la exploración del inconsciente, que afloró en un arte poderoso y mágico. Diego Rivera y Frida Kahlo participaron también de este movimiento que fusionó lo europeo y lo nacional, y que tuvo un momento culminante en 1940 con la Exposición surrealista internacional, en la Galería de Arte Mexicano.