Cazadora furtiva como fotógrafa, cartógrafa casera de lo urbano en los detalles mínimos, como pintora, Mabel Rostagno realiza una tarea en la que se reapropia de la calle para hacer de ella materia plástica: camina, registra, trabaja con fragmentos de imágenes de la ciudad, de sus pisos; una tarea en la que tiene que ver la ocasión y el detalle.
Luego hace ejercicios de analogía demorados, minuciosos, en su taller, creando “paisajes” en los que valora aquello que nos pasa desapercibido: atiende a las pequeñas matas empeñadas en nacer en los intersticios de los adoquines, en una salida de agua, en un cordón. Entonces, habiendo cazado su objeto, que mezcla la consistencia de la piedra con la vivacidad de los pequeños arbustos, pinta, transmutando las cosas del diario vivir, en microcosmos.
Mabel dignifica ese humilde mundo vegetal siempre renuente a desaparecer, y lo presenta como juego de abstracción y naturaleza. Pequeños cuadros que hacen justicia a sus temas, elevando esa nada del pastito al canto y a la celebración de una naturaleza a la que, como nos recuerda, estamos siempre referidos.
Nos invita a mirar ya no la jungla de cemento, sino el cemento visitado por eso vivo que insiste siempre. Poeta urbana de lo mínimo Mabel se pone decididamente de parte de las cosas y nos hacer ver su presencia absoluta como experiencia enriquecedora en nuestra vida de todos los días.
Ana Aldaburu, agosto de 2015