En la obra de Graciela Hasper las formas abstractas migran a los más diversos soportes; expandidas de la superficie de la tela o del papel hacia el espacio sin perder la propuesta central: el goce de la percepción de la forma misma.
En Intemperie propone la estimulación visual dentro del espacio arquitectónico, tanto mediante la alteración cromática –a partir de formas dinámicas que dominan los muros vidriados- como de objetos tridimensionales colgantes, en contigüidad, que generan un ambiente inesperado.
Permite múltiples asociaciones subjetivas desde lo orgánico a lo ficcional. Puede percibirse desde un afuera y un adentro, desde la pasividad exterior urbana o la activa inmersión en el recorrido. En ambas situaciones, el tránsito del exterior al interior del espacio arquitectónico descubre la totalidad de la obra, pero también cobra validez el encuentro fragmentado, los puntos de vista oblicuos, la mirada lejana.
Así, predomina la idea de asimilación como percepción del sujeto en conexión con el entorno de formas implantadas. En el tránsito del público se construye la idea del tiempo: la percepción se sostiene en la imposibilidad de percibir dos formas a la vez.
El título Intemperie apela a distintos sentidos. Uno de ellos es "desigualdad del tiempo", como clima y como sensación de destemplanza. La propuesta parte de una construcción atmosférica: intentar que el espacio cerrado parezca intemperie y a la vez generar una experiencia inclusiva, protectora. La protección otorgada por la belleza como una instancia de la alegría y latencia de un nuevo hábitat para lo humano.
Por ello, la obra solo puede completarse con la percepción del espectador, en la contingencia del trayecto emotivo individual. Emoción que se sostiene en el color y las formas, en su efecto diverso sobre cada individuo. No hay relación literal con aquello que está fuera de la forma desplegada en el espacio. Es nuestro puro presente.
Roberto Amigo
Extracto del texto curatorial