Nací en el sur, en la ventosa Bahía  Blanca. En esa ventosa ciudad que me forjo en las Letras.

El piano, la música y la danza, disciplinaron mi niñez. Aun suena la Novena Sinfonía en el recuerdo lejano y tenaz.
Hasta que encontré el placer del dibujo y el color.

Mas tarde,  el camino de la vida me llevo a España.
Luego, trajo planetas y signos, que me llenaron de curiosas historias.  Imágenes, símbolos,  acuñaron  una memoria activa que explota en el lienzo.
Un movimiento nervioso agita el pincel, o la espátula, buscando el  sonido, el mensaje, descubriendo las oscuridades de la mente, buceando caminos del alma.
Y aparecen los chamanes que a veces se transforman en águila. Recuerdos de vidas pasadas.
Los círculos  que agitan el universo y crean la materia.
Los paisajes sutiles más allá de la forma, abren puertas dimensionales. Subpersonalidades, visiones oníricas, la profecía en la imagen, como los tsunami. Un día antes del tsunami que impactara la tierra en 2011, apareció en mi tela la anciana que huyo en una bicicleta. Octogenaria, llena de vida.
La rueda del destino, de la fortuna, de la vida, mueve la pasta, el color, hace bicicletas…
Y siempre, tarde o temprano, ahí esta el amarillo, al alcance de la mano, buscando sabiduría.

Marita Ganuza