El calor de la tierra
Se tarda años en llegar allí. Se necesita tiempo acumulado de plegarias para tocar el calor de la tierra con un solo gesto. En ese lugar, donde no hay sol ni noche y la cronología de los cuerpos anula el tiempo de los que respiran, los sueños guarecen los ritos del pueblo. En los confines de los cantos, cada elemento es un nombre que espera ser pronunciado con justicia; un dios trae una manera de resolver el mundo, trae una dosis de sí al mundo para que la realidad sea una señal de promesa. Se dice que en el calor de la tierra somos santos y demonios para adorar y ser adorados.
Diego Perrotta lo sabe, por eso, insiste. El barroco urbano, la violencia callejera, la cábala y el azar; el credo que profesan los dioses, las vejaciones y - por qué no- la esperanza por encima de todo, guardan aquello que late con deseos de vida y de muerte. La religión, el sexo, lo mágico, la imaginería popular tejen así un relato en complicidad con el bien y el mal.
Luz Marchio