Instalaciones acuáticas
Tras largos años de experimentar con la fluidez de la materia plástica sobre los soportes convencionales, Franco Lippi emprende la aventura de trabajar sobre una superficie tan fluida como ella. El derrotero de las manchas, los ritmos visuales y los colores que abandonan los bastidores para explayarse sobre la extensión ilimitada de las aguas sigue las voluntades de una planificación, pero es en gran medida azaroso. Por eso, nunca mejor utilizada la palabra aventura para describir el resultado de este proyecto, que en alguna medida sorprenderá tanto a su autor como a todos los que se acerquen a contemplarlo.
Acompañado por la música de Luis María Serra y la mirada escénica de José María Paolantonio, Lippi asume la compleja tarea de traducir sus imágenes a una topografía inestable y a los no menos inestables avatares del tiempo; una dimensión que ingresa a su obra por primera vez. Esto le permite potenciar su abstracción con ciertos toques dramáticos y poner en evidencia el devenir dinámico e impredecible del momento de la creación. Trabajando con un equipo profesional y extrayendo las mayores virtudes de los recursos tecnológicos más actuales, el artista anima sus propias pinturas, pero también, compone directamente con el medio digital, dando vida a configuraciones plásticas inéditas que amplían los alcances de su imaginario visual.
La pintura de Franco Lippi bucea en las texturas, los hallazgos formales, las cuidadas manifestaciones del color. Cada tela es un desafío que se asume sin prejuicios, a partir de unas ideas vagas que van incorporando las contingencias, las intuiciones, los estados emocionales, las normas de composición. La mancha es casi siempre protagonista, como lo son las formas orgánicas que surgen de manera imprevisible y que el artista decide eternizar al fijarlas para siempre en sus obras. Durante un tiempo, la lija es el soporte elegido para los encuentros de tintas y pinturas; su superficie rugosa, brillante y resistente a los deslizamientos crea abstracciones únicas. En otras ocasiones, las texturas conforman verdaderos terrenos pictóricos de reminiscencias cartográficas (como se aprecia, por ejemplo, en la serie Amazonas); otras veces, el chorreado pone el acento en los desplazamientos y las líneas, y en otras piezas, son las connotaciones oníricas las que guían la producción.
Toda esta diversidad viene a prolongarse ahora a través de las manipulaciones digitales. La computadora brinda nuevas herramientas, nuevos cromatismos, nuevas perspectivas para pensar y encarar una realización artística singular.
En principio, la informática requiere de diseño y previsión. No obstante, si bien la espontaneidad se ve notablemente reducida, no sucede lo mismo con la intuición. Por el contrario, y en especial para una persona que no domina por completo los recursos tecnológicos, la intuición se transforma en uno de los aliados más importantes a la hora de encarar la creación plástica por este medio. Sabemos que las computadoras no “crean”. Las decisiones compositivas, la exploración de las posibilidades estéticas, la evaluación de los resultados plásticos, sólo pueden ser llevadas a cabo por el artista. En el diálogo de éste con la máquina, en la interacción donde cada uno intenta sacar lo mejor de sí, es donde finalmente surge un nuevo tipo de producción que es, sin lugar a dudas, propia de nuestro mundo contemporáneo.
El proyecto Big-Bang Night comienza con la digitalización y manipulación de las pinturas. Pero rápidamente evoluciona hacia una creación de características propias. La animación de las superficies plásticas y su desarrollo en la sucesión del tiempo introduce una componente temporal que exige ser pensada y afiliada como cualidad estética. La incorporación de la experiencia escénica de José María Paolantonio, y el contrapunto con la música de Luis María Serra, terminan de completar los recursos indispensables para que el proyecto llegue a buen puerto y consiga manifestarse en una obra con identidad.
El diálogo con Serra y Paolantonio aporta un componente dramático y una perspectiva multidisciplinaria que se demuestra crucial. Los ritmos, los desplazamientos, los contrastes, las dinámicas visuales, las intensidades, los flujos y contraflujos, las apariciones y desapariciones, las vibraciones, los vacíos y las sutiles disoluciones, van construyendo un espectáculo que es, al mismo tiempo, plástico y emocional. Y es aquí donde “cobra vida” la pintura de Franco Lippi. No en la trasposición superficial de formas y colores, sino en su traducción a un nuevo lenguaje que exige ser pensado en sus propios términos y que es capaz de sumar sus propias potencialidades estéticas. Aquí, finalmente, se asientan las raíces de un proyecto tan desafiante como el de Big-Bang Night.
Rodrigo Alonso